Las lágrimas de Gustavo Costas brotan. Se derraman sobre el manto celeste y blanco. Y reflejan lo que es Racing. Lo que significa. Lo que representa ese club de fútbol que cala tan profundo en el sentimiento. Que hace galopar con fuerza los corazones de los hinchas que revientan las tribunas de La Nueva Olla. De los más de 55.000 que viajaron y desbordaron Asunción para ser testigos presenciales de una procesión que conmovió a propios y ajenos. De los miles que fueron a ver la final al Cilindro. De los que lo observaron desde sus casas, esparcidos por todos los rincones del mundo. La Academia, ese club que es en realidad una religión, acaso la muestra más cabal de cómo se vive el fútbol en la Argentina, logró romper al fin con su sequía de títulos internacionales. Hizo estallar las cuerdas vocales con un grito que estuvo contenido por 36 años. Como en 2001, cuando un grupo de héroes conducidos por Mostaza Merlo quebró una racha adversa de 35 años sin títulos a nivel local, estos jugadores también inscribieron su nombre en tinta dorada sobre el firmamento académico.
El desenlace, esta vez, ya había sido redactado antes del partido. El destino no podía darle la espalda a una historia de amor tan perfecta. Porque eso fue esta Copa Sudamericana para Racing. Una cuestión de fe que movió montañas. Que convocó multitudes en una peregrinación impactante. Una movilización popular impresionante que contagió a un equipo que salió a la cancha a jugar con un nivel de determinación apabullante. Un conjunto que se contagió del fervor. Que salió a arrollar al Cruzeiro y se lo llevó puesto en el primer tiempo, borrando de la cancha cualquier vestigio de ese equipo que había logrado eliminar a Boca y Lanús. Los gritos de Martirena, Maravilla Martínez y Roger quedarán grabados a fuego en la memoria. Después, en el complemento, hubo que sufrir tras el descuento de Kaio Jorge. Porque si de algo se compone la historia de la Academia es de sufrimiento. Así es la vida de Racing, un club cuya llama siempre se mantuvo viva por el combustible de la resiliencia. Una institución que es una familia, una cuestión de herencia, de sangre.
Más allá de algún que otro temblor, Racing fue una tromba en esta Copa. Un conjunto hecho a la medida de esa pasión tan amateur que transmite un técnico como Costas, que vino al club para cumplir su sueño. El de un hombre que fue mascota en el equipo de Pizzuti que alcanzó la cima del mundo en 1967. El de un tipo que fue capitán del conjunto que conquistó la Supercopa, también ante Cruzeiro, en 1988. El de un personaje pintoresco y querible, con valores que ya no se ven tanto en este fútbol. El de un prócer académico tan humilde que, a pesar de haber alcanzado la gloria, aspira a ser “recordado como un hincha más”.
Costas fue el arquitecto de este conjunto porque invitó a soñar. Y su anhelo fue el de todos. Racing fue un equipo dirigido por un fanático, con futbolistas que, bajo los sofocantes 40° de temperatura de Asunción, jugaron como hinchas. Un conjunto con un potencial ofensivo tremendo, encarnado en la sapiencia de Quintero, la potencia de Salas y el poder de fuego de Maravilla Martínez.
Nadie quiso enfrentar a este equipo con hombría, valentía, audacia, ímpetu y sangre. Mucha sangre y también mucho fútbol para hacer desfilar a Huachipato y a tres brasileños en la recta final de la Sudamericana: Athletico Paranaense, Corinthians y Cruzeiro.
En un año electoral, con sus inevitables turbulencias, Costas siempre bregó por la unión en Racing. Lo decía cuando todavía no había iniciado competencias, lo sostuvo en el tiempo y lo reitera más que nunca en estos días. "Cuando estuvimos juntos en Racing se lograron cosas muy importantes", se conmovió. Esa bajada de línea llegó a todos. Los hinchas dejaron de lado las inminentes elecciones del 15 de diciembre y se encolumnaron todos detrás del objetivo copero. Los que se habían bajado volvieron al barco del entrenador y éste los recibió. Ahí están los jugadores tocando la gloria, sintiéndola. Revolean las camisetas los que aún las tienen en sus manos. Cantan de cara a su gente. Quieren que la jornada se haga interminable. Que se eternice. Que el tiempo, ese al que pretendían acelerar en la previa, ahora se detenga por arte de magia.
Atrás quedó el camino, largo y plagado de obstáculos, con momentos de inestabilidad en la Liga. Pero Racing siempre tuvo la llama del espíritu guerrero encendida. Sólo bajó su vivacidad de manera efímera y supo retroalimentarla. Empezó a aparecer el equipo en los momentos importantes. Se repuso a las miradas de desconfianza. Fue reconquistando a su público. Un equipo que tuvo una facilidad elogiable para hacerle daño a cualquier defensa. Por insistencia. La insistencia de un gran campeón que hoy, más que nunca, es el verdadero orgullo nacional. Fuente Diario Olé.